sábado, 17 de julio de 2010

AQUELLOS JUEGOS DE LA INFANCIA


“...Estaba la Marisola, sentada en su vergel, abriendo una rosa y cerrando un clavel, quién es esa gente, que pasa por aquí, ni de día, ni de noche, me dejan dormir...”.

Escuché, extrañada (es raro en esta época ver ese espectáculo, tan maravilloso), en una de esas tardes, en que caminaba por el paseo peatonal, cantar a una niña, que, con ingenuidad y cierta picardía, asía su falda por uno de sus lados, moviendo su cuerpecito de un lado a otro, sostenido, en sus zapatillas de ballet. Desde ese instante en un recorrido de dos Km., ida y regreso hasta mi casa, pude evocar con nostalgia y añoranza, los juegos de la infancia. Y llegó hasta mi mente la película: -Antón, Antón pirulero que cada cual entienda su juego, el que no lo entienda, pagará una prenda.../. OA, sin moverme, sin reírme, muda, a la mano, al pie.../. La sortija tija tija, la sortija tija tija.../. El puente está quebrado, quién lo compondrá, con cáscaras de huevo.../. De la Habana viene un barco, cargado de.../. Chupaté te té, patiná na ná, una niña en Paris, se cayó, se resbaló y en la punta de la cola se golpeó.../. Que pase el rey que quiera pasar, el hijo del conde se queda atrás.../. Oh, oh, tambor, materile rile oh, que venéis a buscar, materile rile oh.../. Dónde va mi pobre coja, renunflí, renunflá, dónde va mi pobre coja, renunflí zigzag.../. Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está: -¿El lobo estáaa? -Se estáaaa poniendo los pantalonessss.../. La peregrina. El velillo. La bolita de uñita.

¡Qué juegos aquellos!, formaban parte de una infancia ingeniosa , creativa, vertiginosa, libre de temores y aspavientos, en donde los sueños, como cascabeles emitían carcajadas sonoras y hablaban por sí solos, volando de un lado a otro, como aquella mariposa vagarosa que andaba de rosa en rosa.

Todo eso ha desaparecido, dándole cabida a otros juegos; juegos peligrosos, en dónde no hay infancia y en dónde el futuro cada vez se hace más incierto. Juegos de adultos que involucran niños, que revertidos de furia, agresividad, maldad y turbulencia, han acabado con los sueños infantiles y con esas dulces historias para contar: comercio de cuerpos, sangre, mutilación, destrucción y muerte, es la real y cierta historia, que existe para contar.

La situación del país es tan caótica, esquizofrénica y grave: en la política, economía, justicia social, que, de manera sectoriataria y aislada, entiende su juego, sin pagar prenda. Se vive con el temor de ser emboscados, con cualquier acto hostil, y nos quedamos sin movernos, sin reírnos, mudos y maniatados. Algunos llevan la sortija tija tija y nos quiebran las ilusiones, para alcanzar un mejor futuro, que cada vez más, se desliza, como la arena entre los dedos.

¿Quién lo compondrá? ¿Con cáscaras de huevo? ¿Qué es lo que se busca?, renunflí, renunflá, con esas minas quiebrapatas, zigzagueantes, macabras, deplorables y sin sentido.

¿Por qué los lobos no muestran su cara en esta peregrinación hacia el calvario? ¿Y ahora con qué nos sorprenderán?

Tal vez, como muchos, y con nostalgia, me quedaré impregnada de aquellos juegos de la infancia y le pido a Dios, que esos juegos de guerra, no nos sean indiferentes, para que la resaca de la muerte no nos encuentre vacíos y solos sin haber hecho lo suficiente y que día a día, hagamos que los niños del mundo (eso incluye a nuestros hijos), puedan gozar de esa etapa, con las manos abiertas y el corazón libre, para sonreír.


PESADILLAAAA

En estos días la empleada de mi vecina le tocó montarse en dos busetas, desde donde trabaja hasta el otro extremo de la ciudad; salió muy arreglada, perfumada con “menticol”, para refrescarse, oler sabroso y así espantar los malos olores que se sienten en los buses y busetas, por aquello de que se pega, se pega. Rellenos de tal forma que la gente parece una chorrera de butifarras o chorizos.

¡Que enredo y que lío tan ¿inexplicable?!

La escuché hablar tan agitadamente que me di a la tarea de embarcarme en una buseta para ver hasta que punto ella decía la verdad.

Pienso que cualquier servicio es “un servicio” y si se paga por él, debe ser prestado en condiciones optimas para que el usuario dignamente reciba el trato que se merece.

Y aquí voy: Tres busetas en la esquina de un paradero una detrás de otra esperando a que San Juan lo agachara, los choferes en tertulia de carril a carril, el que está estacionado con el que viene, formando un embrollo y un caos tal que se empiezan a escuchar madrazos y la pitadera de los carros es estridente.

El conductor como si nada, con su nadadito de perro hace las veces de fantasmita porque parece ser que a él no le están hablando. Todo le resbala y muestra su sonrisa destentada en son de sabrosura. (Todavía no hemos arrancado, ¿qué tal esa?). ¿Idiosincrasia costeña?

Por fin, la partida: el chofer casi descamisado por ese vapor que genera esa olla pitadora, su ayudante quién recibe el billete, la novia del chofer en el asiento lateral, la estatua de la Virgencita del Carmen (que no puede faltar). Avanzados cuatro metros la primera parada: ¡Oye, Tuchín, un tinto ahí! Lo paga, se acomoda el minivaso con toda la cheveridad del caso para no quemarse ya que el tinto del Tuchín requema los dedos, lleva el manubrio con la mano izquierda mientras toma el tintacho con la derecha.

Los colgandejos sonando como cascabeles en cuna de niños, las borlas tejidas bamboleándose de tal forma me estaban hipnotizando, la carcacha de caja (traqueaba y hacía un ruido espantoso), la barra de cambios siempre en segunda a paso de tortuga mientras va haciéndose el embutido; lo más desastroso fue el tener que aguantarme a todo timbal la emisora que llevaba puesta. ¿Se imaginan cuáles eran las melodías? Reggeaton, champeta, vallenatos. Después el chofer como iba contra el tiempo (contra reloj), le mete su chancleta al acelerador hasta el fondo, parecíamos un volador en plena Navidad.... ¡Ese paseito es para los verracos!

¡Parada!, ¡parada!, ¡señor! en la esquina por favor y se siente el frenazo porque la esquina ya se la había pasado y los que iban de pies ni para aquí ni para allá, haciendo la ola involuntariamente.

Por supuesto esto parece más una broma, una quijotada que un servicio de transporte. Lo peor es cuando llegamos al semáforo de la tercera en Bocagrande frente al supermercado. Seis busetas en fila, la pitadera, la fumarola tóxica, el semáforo cambia hasta dos y tres veces, una de las busetas se traga la cebra, el peatón discute, el chofer blasfema, los vendedores de agua pregonan su producto y los mototaxistas como abejas invaden en medio segundo los lados y el centro de la calle. Esto es de película: Contaminación visual, auditiva y ambiental.

Es inconcebible que estas cosas sucedan en una ciudad con tan pocos habitantes. ¿Qué nos pasa?