CUENTOS


EN UN DÍA DE ESOS

Hay ciertas rarezas que nos acompañan. Dicen que el amor es un oficio de espera y paciencia, sus aguas serpentean lentamente hasta convertirse en un maremoto.

A él, lo conozco desde cuando éramos niños, jugábamos en el patio, corríamos de un lugar a otro atrapando hormigas, cuando él las ponía en la palma de mis manos, yo sentía nauseas y hacía berrinches. Nunca he podido entender esto.

Lo tengo frente a mí, ha cambiado físicamente, sus labios clandestinos no me llaman la atención. Me producen antipatía. Él ahora tiene bigotes. No sé por qué imagino sus besos atrapados en un juego de rostros cruzados. Me siento un tanto ridícula como si mi gesto me hubiera delatado. Recuerdo su osada costumbre de perseguirme debajo del palo de guayaba para fastidiarme con las hormigas. He vuelto a mi patio, las imágenes se deslizan por todo mi cuerpo.

Ahora, Él me mira, desea arrancar mi pensamiento y lamerlo en una sola pasada como un ladrón en un callejón sin salida, acorralándome para rapar mis pertenencias.

No nos decimos nada. Caminamos asidos de la mano en la lentitud del tiempo. Las ranas no cesan de croar, ha llovido torrencialmente y los charcos abundan en cada esquina.

Él susurra sutilmente, me coquetea, ondea sus labios sobre mi cuello, me encrespo, levanto el mentón sin pronunciar palabra. En ese instante, veo a una lechuza sobrevolar el tejado. No creo en los agüeros, no soy supersticiosa.

La luna sigue mis pasos, me mira, me incrimina, me apunta con su barbilla puntiaguda.

Pienso en que no estoy para censuras, me hago la desentendida y guardo su sentencia en el bolsillo de mi vestido.

Seguimos caminando, deslizándonos en cómplice mutismo.

El portón entreabierto, subimos por las escaleras, mis tacones cascabelean.

Ahora en el altillo la mirada de la luna, aún más cerca de mi rostro traslúcido.

La sábana de liencillo blanco cubre las baldosas y mi cuerpo desnudo levita en su universo.

He arrinconado el resquemor. Las cerdas pincelan mi piel…

Amanece, el tejado gotea.


EN EL MURMULLO DE LA OLA


Cansada de arañar la vida, me dejo absorber por el paisaje que he ignorado durante largo tiempo. No sé que es lo que busco, no sé dónde me encuentro, no sé si estoy muerta o es otra que vive en mí.

Como de costumbre, no sé con cuál pie me levanto.

Ansiosa, espero la llegada de la tarde para acudir a mi cita cuando empieza a declinar el sol; cita que cada vez se hace más necesaria e ineludible.

Llego hasta esa playa, me siento sobre una roca, miro el crepúsculo.

Las gaviotas, buscan su presa, y yo, ensimismada en el horizonte, permanezco en silencio.

Una vez más alcanzo a divisarlo. Su piel tostada, su rostro surcado.

Arroja al azar su anzuelo, sonríe, habla en voz baja.

Su mirada carga una aflicción, a través de sus labios cuarteados deja escapar letanías.

¿Qué se esconde detrás de ese hombre de apariencia insípida?


INCERTIDUMBRE

-¿Qué esperas?-

-A que el reloj marque las diez para tomar el tren-

-¿Regresas?- apunta ÉL.

-Sí, en diez días-

-¿Eso quiere decir que puedo guardar las esperanzas?-

-¡Por supuesto! Volveré para llevarme a mi perro, todo lo demás puedes quedártelo-.


NOTIFICACIÓN

En un motel, Él sin mí.

Horas más tarde, golpes en la puerta de nuestra casa.

Él, insiste. Presiente lo peor. La derriba a patadas.

En el piso, todo vuelto añicos.

Una nota en el sofá: ¡Te he matado!, ahora eres un fantasma.


DANZA

Bailo sola, acariciando con la yema de mis dedos las teclas del piano de cola.

Espero a que se abra la puerta para danzar con él eternamente.


HORAS SESGADAS

La veo pasar todas las tardes después de salir de su trabajo a las cinco en punto, por la acera de la calle que la arrastra a su cita.

Sus tacones de nueve centímetros de alto contrastan sus pisadas, quedando sólo la huella de su fragancia de Chanel No.2 en las miradas curiosas.

A las siete de la noche regresa a casa.

Ve a su marido en la hamaca aspirando un cigarrillo mentolado.

¡Todo permanece en calma!


ESA VIEJA MANÍA DE LAS HORAS

Corre, corre, corre-, le grito a un hombre que se encuentra sentado en un anden del centro de la ciudad.

-¿La ves? ¿Puedes verla?- le apunto.

-¿Qué dices?-, responde el mendigo.

-Sí, sí, es una sombra que cubre los edificios del centro. Siento pánico-

-¿Qué dices?- insiste nuevamente el hombre con voz pausada.

-¡Vamos amigo!, que no estoy loca ni delirando, lo que te digo es cierto, no me lo estoy figurando.

Son exactamente las cinco de la tarde, una sombra gigante en forma de monstruo está oscureciendo todo.

-Lamento decepcionarte- increpa el hombre. -Soy invidente-

En un gesto de incertidumbre, alzo mis hombros.

De regreso a casa imagino cosas horribles sobre el fin del mundo.

Me repito una y otra vez: “lo sé, lo sé, los dinosaurios han regresado para apoderarse de la tierra”.

Al llegar al umbral me sorprendo veo en el jardín a dos lagartos copulando.


EN BUSCA DE LA LIBERTAD
En la tina, restregándose con el estropajo, queriéndose arrancar la piel del alma, lava sus culpas inculcadas por aquellos que la obligan a cumplir los designios que nada tienen que ver con su voluntad.

En su día de descanso, cuando su padre no sale a pescar, ella rema incansable, en medio del océano bajo el ardiente sol, quema sus ideas que pululan esquizofrénicas.

Allí, tendida al lado de una pileta de mármol del convento, se halla el cadáver de una mujer.

Al parecer, dictamina el forense, se arrojó de una de las celdas donde permaneció recluida por su propio deseo durante cincuenta años.