“MEIMPORTAUNCULICARAJISMO”
Los dichos “A rey muerto, rey puesto” y “El muerto al hoyo y el vivo al bollo” son realidades que en su fondo parecen dolorosas, queriendo significar que nadie es indispensable en este mundo. Estudiando bien su trasfondo se puede entender que todos cumplimos nuestro ciclo y es algo inevitable en el nacer y morir. Quizás suene crudo, cruel deshumanizado, sin embargo es tan cierto como el ser, existir y morir, ya que la vida continúa y el tiempo es imparable. “Nacemos necesariamente para morir” (paradoja de J.P.Sartre).
No es a esa realidad a la que deseo referirme, es a otra más contundente, fría, insensata y demoledora.
El meimportauncarajismo, en el argot de los mayores, el meimportaunculismo, en el argot de los jóvenes, son términos, quizás nuevos y no reconocidos, por la Real Academia de la Lengua, al parecer, están enmarcados en un trabalenguas, pero deletrearlo con detenimiento significa el diario vivir de los seres humanos: meimportaunculicarajismo, el civismo, las buenas costumbres, el lenguaje, los valores, los estudios, la responsabilidad civil, el otro, el bien común. Primero yo, segundo yo y tercero yo, y vivamos felices, que el mundo se va a acabar, sin importar a cuantos puedo llevarme por delante. “El fin justifica los medios”, ¿ es propia la máxima de Maquiavelo para todos nosotros? Sí, y digo para todos nosotros, ya que el ejemplo sirve de pauta y nuestros gobernantes o los que asumen un rol de poderes, no es que sean ejemplarizantes. “La caridad empieza por casa” y nuestra casa Cartagena es un hervidero de contaminación en el manejo de su desarrollo.
El civismo (del latín civis, ciudadano y ciudad), se refiere a las pautas mínimas de comportamiento social, que nos permiten convivir en colectividad. Se basa en el respeto hacia el prójimo, el entorno natural y los objetos públicos; buena educación, urbanidad y cortesía. Se puede entender como la capacidad de saber vivir en sociedad respetando y teniendo consideración al resto de individuos, que componen la sociedad, siguiendo unas normas conductuales y de educación, que varían según la cultura del colectivo en cuestión. Aún no puedo entender por qué el Ministerio de Educación erradicó esa cátedra tan básica y elemental por llamarla de alguna manera. Ese término se ha borrado de cualquier contexto, y en vez de progreso, día a día retrocedemos, llegando hasta el punto de retomar la época de los cavernícolas.
Cuando hablamos de analfabetismo, pensamos en que esa persona no sabe leer ni escribir, y que la falta de educación lo lleva por su ignorancia, quizás a cometer unas barrabasadas…, me quedo pensando y con el debido respeto, el 80% de los seres humanos, somos analfabetas.
¿Qué se usa? La guerra del pito, basuras y escombros, gritos, infringir la ley, antivalores, el poco interés, las invasiones, la permisividad, la algarabía el retozo en los paseos peatonales, aceras, calles, taxis, mototaxis, vulgaridad, intolerancia, irrespeto, indiferencia, irascibilidad, concupiscencia. ¡Y lo demás, es lo de menos!
Sálvese quién pueda, hágalo como pueda, solucione como pueda, eso sí, jamás haga justicia por su propia mano, para eso están las leyes y nuestros representantes, que las hacen cumplir a cabalidad y en términos inmediatos.
Usted no se preocupe, ¡aquí no pasa nada!
lunes, 21 de junio de 2010
PUNTO DE ENCUENTRO
Si deseas ponerte al día de los últimos acontecimientos familiares, de relaciones amorosas, separaciones, eternas dietas por aquello de la gordura, moda, desempleo, economía, política, democracia, cumple porque “tienes que cumplir” con la cita del pésame, cita a la que se acude en el momento del deceso o no se asistirá jamás.
Las personas a quienes tienes largo tiempo de no ver por aquello de que nunca hay tiempo, porque las ocupaciones te absorben, te aguardan allí ansiosas para sacar a la luz el embuchado que les asfixia y es en ese punto de encuentro donde todo se puede y está permitido. La sala de velación y la iglesia, amenizadas por el coro de visitantes, quienes en ráfaga a cien voces arrullan al muerto, y no conformes con eso, el sonido estridente de los celulares aumenta el desorden y el festín.
El difunto no descansa en la paz del señor sino en el bullicio de los irrespetuosos.
¿Sobre cuáles bases de ética y moral hemos sido educados? ¿O es que todos los valores están en desuso?
Una cosa muy diferente sería la voluntad del muerto, si de antemano les manifestó a sus familiares que el día de su entierro le llevaran papayera, mariachis o conjunto vallenato y que en su honor todos -en vez de llorar amargamente por él (cosa que dudaría)-, gritaran de júbilo y se tomaran unos tragos, al son de la música.
Estoy por pensar que en un país como el nuestro, en donde la vida no tiene valor, ni consideración, en donde se mata por robar un reloj plástico comprado en un agáchate, mucho menos tendrá valor un acto de solemnidad como lo es la despedida de un ser humano, quien de alguna manera cumplió con su misión en un mundo donde cada uno tiene su función y misión.
Hace dos meses estuve en una misa en donde se guardarían en la bóveda de la iglesia las cenizas de un viejo amigo, y el sacerdote, furibundo tomó el micrófono y regañó a los asistentes antes de comenzar, porque la bullaranga y el eco no le daban cabida para dar inicio a la celebración de la eucaristía. Les aseguro que sentí vergüenza, vergüenza por la falta de recogimiento y oración. ¿Acaso son niños los que ocupan el lugar? ¿Somos adultos conscientes del lugar y del motivo por el cuál estamos allí?
Hace unos días, me encontré con dos amigas y les pregunté de dónde venían, y me comentaron: del entierro de fulano. Nos salimos porque la mala educación de la gente fue tenaz. Una de ellas agrega: si mi madre muere primero que yo, será una celebración con una misa en privado, porque esta burla no la puedo soportar.
Pienso que en esos momentos de tristeza para los dolientes, lo que menos les interesa a ellos es formar parte del caos y desorden, y entre lágrimas, besos, palabras “lo siento mucho”, sólo quisieran un momento plácido de reconciliación por el descanso eterno de su ser querido.
Así lo escribió Julio Cortázar en su libro Historias de cronópios y de famas, “Conducta en los velorios: “No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía…en otro aparte: y somos cinco hombres que en verdad lloran en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es de ellos”.
Si deseas ponerte al día de los últimos acontecimientos familiares, de relaciones amorosas, separaciones, eternas dietas por aquello de la gordura, moda, desempleo, economía, política, democracia, cumple porque “tienes que cumplir” con la cita del pésame, cita a la que se acude en el momento del deceso o no se asistirá jamás.
Las personas a quienes tienes largo tiempo de no ver por aquello de que nunca hay tiempo, porque las ocupaciones te absorben, te aguardan allí ansiosas para sacar a la luz el embuchado que les asfixia y es en ese punto de encuentro donde todo se puede y está permitido. La sala de velación y la iglesia, amenizadas por el coro de visitantes, quienes en ráfaga a cien voces arrullan al muerto, y no conformes con eso, el sonido estridente de los celulares aumenta el desorden y el festín.
El difunto no descansa en la paz del señor sino en el bullicio de los irrespetuosos.
¿Sobre cuáles bases de ética y moral hemos sido educados? ¿O es que todos los valores están en desuso?
Una cosa muy diferente sería la voluntad del muerto, si de antemano les manifestó a sus familiares que el día de su entierro le llevaran papayera, mariachis o conjunto vallenato y que en su honor todos -en vez de llorar amargamente por él (cosa que dudaría)-, gritaran de júbilo y se tomaran unos tragos, al son de la música.
Estoy por pensar que en un país como el nuestro, en donde la vida no tiene valor, ni consideración, en donde se mata por robar un reloj plástico comprado en un agáchate, mucho menos tendrá valor un acto de solemnidad como lo es la despedida de un ser humano, quien de alguna manera cumplió con su misión en un mundo donde cada uno tiene su función y misión.
Hace dos meses estuve en una misa en donde se guardarían en la bóveda de la iglesia las cenizas de un viejo amigo, y el sacerdote, furibundo tomó el micrófono y regañó a los asistentes antes de comenzar, porque la bullaranga y el eco no le daban cabida para dar inicio a la celebración de la eucaristía. Les aseguro que sentí vergüenza, vergüenza por la falta de recogimiento y oración. ¿Acaso son niños los que ocupan el lugar? ¿Somos adultos conscientes del lugar y del motivo por el cuál estamos allí?
Hace unos días, me encontré con dos amigas y les pregunté de dónde venían, y me comentaron: del entierro de fulano. Nos salimos porque la mala educación de la gente fue tenaz. Una de ellas agrega: si mi madre muere primero que yo, será una celebración con una misa en privado, porque esta burla no la puedo soportar.
Pienso que en esos momentos de tristeza para los dolientes, lo que menos les interesa a ellos es formar parte del caos y desorden, y entre lágrimas, besos, palabras “lo siento mucho”, sólo quisieran un momento plácido de reconciliación por el descanso eterno de su ser querido.
Así lo escribió Julio Cortázar en su libro Historias de cronópios y de famas, “Conducta en los velorios: “No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía…en otro aparte: y somos cinco hombres que en verdad lloran en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es de ellos”.
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