domingo, 9 de octubre de 2011

ALBERTO SALCEDO RAMOS


IR DESPACIO Y ENCONTRAR A DIOS EN LOS DETALLES

Por: Lidia Corcione Crescini 

Amanece uno recordando el verso de Serrat:
"De vez en cuando la vida nos besa en la boca".
 Y toma sin afanes un nuevo sorbo de café.
(A.S.R)

Por estos días se escucha hablar del mejor cronista de Colombia. Cronista de cronistas, que conoce bien cada rincón que pisa, porque tiene la probidad de manosearlo.
En eso radica su éxito, porque no pierde el mínimo detalle para forjarlo en sus escritos. Su trabajo es impecable, bañado de ética, responsabilidad, respeto, profundidad y camino… Camino que, encuentra en su cotidiano andar y nos lo muestra de manera real y cierta, enajenado de ficción.

Salcedo Ramos, agradece con sinceridad a todos aquellos que, lo han apoyado en el peregrinar de las letras y le saca el mayor provecho hasta el zumbido de una abeja.
Ese es Alberto, hombre franco, que nos contagia con su sonrisa, sus apuntes,  chistes y vivencias.

Muchos conocemos su obra y es por eso que ratificamos su capacidad y el delicioso sabor que sentimos cuando devoramos sus crónicas.

 En su último libro, La eterna parranda. Crónicas 1997-2011, Juan Gossain comenta en la contraportada: “La obra de Salcedo Ramos es totalizadora y completa, minuciosa, no deja cabo ni ovillo sin desenredar, y cumple con el único deber verdadero al que se obliga un escritor: contar el cuento bien contado” y Simón Posada en uno de sus escritos nos manifiesta sin errar: Alberto Salcedo ha pasado gran parte de su vida espiando a Diomedes Díaz, a futbolistas travestis, a enanos toreros, a boxeadores famosos y fabricantes de traperos que suben al ring dispuestos a perder. Un psiquiatra diría que tiene una patología extraña, pero la cuestión es más sencilla: Salcedo es un morboso profesional, al punto de que si se puede regresar en avión a Bogotá después de hacer una historia con el peor equipo de Colombia, decide subirse al bus para vivir en carne propia el regreso de catorce horas de los perdedores a casa.

En una ocasión lo entrevisté y al preguntarle -¿Qué siente usted al escribir? Me respondió: “Cuando comienzo un texto lo que siento es angustia. Casi nunca sé por dónde arrancar ni conozco el tono que va a tener mi relato. Esa fase, en serio, me produce mucha ansiedad. Pero cuando avanzo, cuando veo una pequeña luz dentro del túnel, cuando mis dudas se van aclarando, cuando descubro que la historia es capaz de defenderse, entonces ya no siento angustia sino una poderosa necesidad de seguir empujando el tren hasta el final. Ya en ese momento me siento justificado y no me quiero cambiar por nadie”.

¿Se trasnocha para escribir? ¿Se aísla? ¿Quiere acabar el texto de un solo tirón?
 “Me gusta trasnochar leyendo pero no escribiendo. Para escribir prefiero levantarme bien temprano y darle duro al pedal, hasta donde me alcance la carga. Y claro que me aíslo. Necesito que el lugar en el que escribo sea silencioso. Si hay un mínimo ruido, sobre todo música, estoy en serios problemas, porque me desconcentro y no me sale nada. Nunca me pasa por la cabeza la idea de acabar de un solo tirón. Yo soy un tipo más bien acelerado, pero a la hora de escribir me lleno de paciencia porque respeto mucho mi trabajo y entiendo que debo darle mi tiempo mejor”.

Salcedo Ramos, tiene muchos seguidores en Facebook, medio masivo que se expande a diario. Estoy segura que todos los que le han solicitado pertenecer a su cuenta es porque van detrás del saborcillo, de la calidad humana, de este personaje,  por esa manera única, de decir las cosas.

Hace unos días le comenté que me había tomado el trabajo de sacar una a una sus anotaciones en Facebook y él se echó a reír pícaramente. Lo hice porque cada uno de sus comentarios es una pequeña crónica y, Salcedo Ramos, es una crónica en sí mismo, encierra versículos, capítulos y tomos. En esta enciclopedia de la existencia, de nombre Alberto Salcedo Ramos, sentimos la vida de modo diferente.

Cuando abro mi cuenta en Facebook, por ejemplo, me encuentro a Alberto Salcedo Ramos, con sus apuntes certeros, que replican en 50 o más comentarios:

·         ¿En serio quieren gorrearme, muchachos? Con gusto me dejo. Los invito a comer deditos de queso en Narcobollo de Cartagena, pastas donde la Nena Lela de Barranquilla, pargo rojo en Miss Celia de San Andrés. Pero no me pidan el libro "La eterna parranda. Crónicas 1997-2011". En él invertí mucho trabajo y muchos jirones del alma. Así que ¡a comprarlo, que ya está en puntos de venta!

·         Respeto a los reporteros que andan de afán, a los que están obligados por las circunstancias a ver la realidad desde un auto de Fórmula Uno. Pero a mí me gusta ir más despacio, permanecer más tiempo. Creo, como Flaubert, que Dios está en los detalles. Quiero saber si el asesino tenía tenis o sandalias, y si lo que bebió antes de disparar fue chicha de arroz o cerveza en lata.

·         La verdadera madurez intelectual y anímica empieza cuando uno oye la música y lee los libros que le gustan y no los que recomiendan los pontífices; cuando uno tiene las agallas de oír con la frente en alto el bolero más cursi, aquí o en la Patagonia.


·         Nunca he podido entender por qué muchas mujeres se rapan sus cejas verdaderas para después ponerse unas cejas de mentira con un lápiz delineador. Me queda más fácil comprender el Teorema de Pitágoras. Aunque me gustaría oír algunas explicaciones

·         Querido niño Dios: al principio te pedí que me dieras talento para elaborar unos "niños envueltos" como los que hace mi abuela, la viejita Elvia. Después quise hacer un mote de queso como el que prepara mi amiga Lidia Corcione. Pero no se pudo, querido: fracasé. Y renuncio. Eso sí: todavía te pido algo mínimo: ¿cómo coño hago para que la cocina no me quede siempre regada de aceite?

·         Hoy, grabando en el Carnaval de Barranquilla, desatendí el Undécimo Mandamiento, que recomienda no dar papaya. La consecuencia: me robaron el teléfono celular sin que me diera cuenta. Tal y como dije una vez en una crónica, en este país uno tiene que darles las gracias a los ladrones. Les agradezco que fuera sin dolor y que me dejaran vivo. Pero ahora necesito sus números. Pueden mandarlos al privado si quieren.

·         Una cadena de televisión trina en Twitter: "Policía impuso 1300 comparendos a personas CONDUCIENDO en estado de embriaguez". ¿Eran los policías los ebrios? Qué pésimo ese gerundio. Otra cadena televisiva replica: "en el accidente murió UNA MENOR DE SEIS AÑOS". Si era "menor de seis", ¿cuántos tenía: cinco, cuatro y medio, dos? Nuestros noticieros son un desfile de muertos, pero el más grande todos es el idioma.

·         ¿De dónde habrán sacado los administradores de los supermercados de cadena que el queso costeño es ese bloque duro como una piedra, salado e incomible que le venden a uno acá en Bogotá? Yo crecí en el Caribe en el hogar de un ganadero, y créanme: el queso que me comí en la infancia, y el que me comí donde algunos amigos míos, era una delicia, no un peñón apto para descalabrar al prójimo.

·         ‎- ¿Cuánto cuesta la Barbie de la vitrina? - Depende, señor: tenemos Barbie en el gimnasio: 19,95. Barbie juega voleibol: 19,95. Barbie va a la playa: 19.95. Y Barbie divorciada, por 265.95. -- Caramba, ¿y por qué esa Barbie divorciada cuesta tanto? -- Bueno, es que esa viene con el auto de Kent, el yate de Kent, los muebles de Kent, la computadora de Kent y hasta un amigo de Kent.

·         Si de repente un huracán barriera de la faz de la tierra el jarabe de totumo y el Guayacolato, si de golpe el planeta entero se quedara sin pastillas de Diclofenaco y sin Robitussin, ¿qué les quedaría a las Empresas Promotoras de Salud colombiana en sus despensas? Quizá sería más piadoso que las EPS les obsequiaran a sus indefensos pacientes galleticas Noel que sus remedios de medio pelo.


·         En lo poco que va del año he conocido por lo menos cuatro historias de personas que se cuidaban al máximo, que se esmeraban por hacer ejercicios, que comían de manera saludable, y sin embargo murieron prematuramente. ¿Debo suponer que los hábitos sanos están entrando en crisis?

·         Amo febrilmente a mi tierra Caribe, sus paisajes, sus símbolos. Y aunque suene ingenuo me resisto a creer que alguna vez se haya planeado un crimen encima de una mecedora momposina o de un chichorro sampuesano.


·         Mi madre, que me había comprado aquel Monopolio diez días antes, veía feliz como yo arruinaba a los compañeros y acaparaba las propiedades mejores. Entonces dijo: "este pelao va a tener plata". Malas noticias, mami: era solo un juego, era solo un juego.

·         Recientemente vi en el aeropuerto de Cartagena una escena ya común: un europeo sexagenario - y este, además, tenía piercing y cola de caballo - besuqueba en la fila a una negrita nativa de escasos 20 años. Recordé un viejo chiste según el cual esta relación es de amor-odio: él ama la juventud y ella odia la pobreza. Pero el asunto, en esta ciudad flagelada por el hambre y la prostitución, no me parece chistoso.


·         El trovador Alejo Durán fue increpado en la Universidad del Atlántico por una escritora: "usted no es más que un machista". Durán, analfabeta y sentencioso, soltó un disparate inolvidable: "mija, es que por donde yo me muevo solo veo hembras bonitas. Mis hijas son unas hembras bonitas y mi vecina en Planeta Rica también es una hembra bonita. Entonces, como hay un hembrismo tiene que haber un machismo".

·         Después de dar click para aceptar las cuatro solicitudes de amistad que me enviaron en las últimas horas, me quedan faltando seis cupos para llegar al tope de 5 mil amigos que permite Facebook. Pero ni por el putas abriré una segunda cuenta porque, como dice mi abuela Elvia, la sinvergüenzura tiene un límite, mijito.


·         Ya descubrí el truco para mantenerme siempre en el límite de los cinco mil: tener una tijera podadora y estar, de vez en cuando, eliminando a uno que otro abusivo de esos que los taggean a uno en la foto de la sacada de su primer diente, o en el aviso de su venta de partes de computadores

Ese es Salcedo, teje cada palabra y las convierte en concierto, concierto de realidades que atrapa en su diario peregrinar.
Es por eso que al preguntarle: A usted le gusta mucho lo cultural, con énfasis en la cotidianidad…, me responde: “Creo que la cotidianidad es la gran inmolada de nuestro periodismo. Me refiero a la cotidianidad del hombre común y corriente, el que no mata ni muere, ni descubre la vacuna contra el cáncer de cuello uterino, ni gana discos de oro como Shakira, ni se casa con la actriz de moda, ni se gana el reality de turno, ni secuestra un avión en pleno vuelo. Muchos de nuestros medios en América Latina no cuentan la realidad, sino que la venden al detal, con un criterio comercial que privilegia lo violento o lo espectacular por encima de lo humano. Me interesa mucho lo cultural y lo cotidiano, me interesa el periodismo como posibilidad de construir memoria”.

Y, para terminar, le digo, cuéntenos una anécdota personal relacionada con la escritura.  “No es una anécdota pero sí es algo gracioso. Cuando estudiaba en la universidad me construí una reputación clandestina como comerciante de acrósticos y poemas de amor para muchachos desesperados. Todo el que tenía un problema con su pareja, o quería ablandarle el corazón a alguien, acudía a mí. Yo ponía cara de importante y le preguntaba los pormenores del caso. Después me sentaba a escribir un texto desvergonzadamente meloso, que le vendía a la víctima sin el menor remordimiento. En aquellos tiempos de penurias económicas, era la única manera decente que yo tenía de garantizar mis idas a cine. Sospecho que fui el autor intelectual de por lo menos un mal matrimonio”.

Bien vale la pena leerlo y descubrir en sus líneas, a un hombre galopando en los minutos que transportan las palabras por un manantial que nos refresca la dura realidad de cada historia.




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