sábado, 8 de mayo de 2010

NO ES UNA VECINA CUALQUIERA
La veo llegar todos los días de lunes a domingo.

Mi vecina de andar pausado, vestida de lino en tonos de color pastel, aretes y collar haciéndole juego con su atuendo, a las seis y cuarto de la tarde, me saluda y sonríe.

En el cruce habitual del ¿hola cómo le va?, ya que ella es de la tercera edad y mi madre me enseñó que a los mayores no debemos tutearlos porque merecen un trato respetuoso, le sigo preguntando, -Señora Ali, ¿de dónde viene a estas horas? Y ella me contesta – de la oficina mija, estaba trabajando.

Una mujer de 76 años en ese ritmo de trabajo es digna de admirar, quitarse el sombrero, ahincarse a sus pies y hacerle un busto.
Me llena de orgullo y más en esta época donde hay que “moler duro” para ganarse el sustento.

La falta de oportunidades laborales, los bajos ingresos, el alza permanente en la canasta familiar, nos mantienen pariendo en seco.
Es muy triste que mi vecina a esa edad, aún padezca del “Síndrome de la mujer aguerrida”.

Les confieso que me conmueve y pienso en mí, cuando esté “cuchita”, si es que llego a esa edad –me faltan años-
Nada es fácil, ahora debemos rompernos el cuero para ganarnos unos pesitos. En esta sociedad de “consumo” nos metimos en el cuento de “yo quiero”, “yo debo tenerlo”, “yo necesito”, y, estamos consumiendo nuestras horas afanosamente para pertenecer a un medio y poder estar “In”.
Quizás mi vecina, que no es cualquier vecina se salió de la historia que todos conocemos desde que éramos niños: Ella, la bella, la princesa dulce y frágil, subida a una carroza, sale al encuentro de su príncipe azul, aquel que alguna vez por el hechizo de la bruja hacía croac, croac y al besarla, se convirtió en un caballero que le prometió amarla y respetarla hasta que la muerte los separara.

La duda me asaltaba todas las noches, en esa pícara inquietud me debatía con la acolchonada, o lo que es lo mismo, mi almohada. Me preguntaba en qué trabajaría la señora Ali, ya que en este país cuando se pasa de los 30 años es muy difícil conseguir un trabajo o una chambita por aquello de que “ya estás en desuso o arcaica”, y ella que tenía 76 años se pavoneaba oronda porque tenía trabajo.

Osada, no esperé más y al día siguiente la abordé.

-Ali, le dije, ahora sí, de tú a tú, sin importarme su edad, ¿dónde es que queda tu oficina y en qué es lo que trabajas?
Ella, con su mirada cristalina y su voz decantada por los ...
Ella, con su mirada cristalina y su voz decantada por los escalones recorridos, me respondió: - Mi oficina es itinerante y el trabajo que hago todos los días es en “La mesita de juego”, en la casa de alguna de mis cinco compañeras de trabajo.

¡Jugamos cartas todos los días!
-¿Y cuánto te ganas- le pregunté?
Analicé la situación y llegué a la conclusión de que después de ganarse el pan con el sudor de su frente, esos $ 200.oo o $ 1.000 en cinco horas de trabajo en pleno siglo XXI, la señora Ali, se había quedado congelada en el tiempo.

¿A quién le importa?
¡Ella es feliz!
¡Feliz a su manera!

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