lunes, 21 de junio de 2010

PUNTO DE ENCUENTRO

Si deseas ponerte al día de los últimos acontecimientos familiares, de relaciones amorosas, separaciones, eternas dietas por aquello de la gordura, moda, desempleo, economía, política, democracia, cumple porque “tienes que cumplir” con la cita del pésame, cita a la que se acude en el momento del deceso o no se asistirá jamás.

Las personas a quienes tienes largo tiempo de no ver por aquello de que nunca hay tiempo, porque las ocupaciones te absorben, te aguardan allí ansiosas para sacar a la luz el embuchado que les asfixia y es en ese punto de encuentro donde todo se puede y está permitido. La sala de velación y la iglesia, amenizadas por el coro de visitantes, quienes en ráfaga a cien voces arrullan al muerto, y no conformes con eso, el sonido estridente de los celulares aumenta el desorden y el festín.

El difunto no descansa en la paz del señor sino en el bullicio de los irrespetuosos.

¿Sobre cuáles bases de ética y moral hemos sido educados? ¿O es que todos los valores están en desuso?

Una cosa muy diferente sería la voluntad del muerto, si de antemano les manifestó a sus familiares que el día de su entierro le llevaran papayera, mariachis o conjunto vallenato y que en su honor todos -en vez de llorar amargamente por él (cosa que dudaría)-, gritaran de júbilo y se tomaran unos tragos, al son de la música.

Estoy por pensar que en un país como el nuestro, en donde la vida no tiene valor, ni consideración, en donde se mata por robar un reloj plástico comprado en un agáchate, mucho menos tendrá valor un acto de solemnidad como lo es la despedida de un ser humano, quien de alguna manera cumplió con su misión en un mundo donde cada uno tiene su función y misión.

Hace dos meses estuve en una misa en donde se guardarían en la bóveda de la iglesia las cenizas de un viejo amigo, y el sacerdote, furibundo tomó el micrófono y regañó a los asistentes antes de comenzar, porque la bullaranga y el eco no le daban cabida para dar inicio a la celebración de la eucaristía. Les aseguro que sentí vergüenza, vergüenza por la falta de recogimiento y oración. ¿Acaso son niños los que ocupan el lugar? ¿Somos adultos conscientes del lugar y del motivo por el cuál estamos allí?

Hace unos días, me encontré con dos amigas y les pregunté de dónde venían, y me comentaron: del entierro de fulano. Nos salimos porque la mala educación de la gente fue tenaz. Una de ellas agrega: si mi madre muere primero que yo, será una celebración con una misa en privado, porque esta burla no la puedo soportar.

Pienso que en esos momentos de tristeza para los dolientes, lo que menos les interesa a ellos es formar parte del caos y desorden, y entre lágrimas, besos, palabras “lo siento mucho”, sólo quisieran un momento plácido de reconciliación por el descanso eterno de su ser querido.

Así lo escribió Julio Cortázar en su libro Historias de cronópios y de famas, “Conducta en los velorios: “No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía…en otro aparte: y somos cinco hombres que en verdad lloran en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es de ellos”.



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